domingo, 19 de marzo de 2017

SUEÑOS

Me imagino que, antes, soñaba igual que sueño ahora. La diferencia principal es que, antes, no vivía los sueños con la intensidad con que ahora los vivo; antes, al despertar, no recordaba los sueños como los recuerdo ahora. Una ligera, aunque importante, modificación en la medicación que tomo para poder dormir ha hecho posible el milagro. Ahora, mis sueños son en tecnicolor, como las series de Netflix; durante el sueño identifico perfectamente a todos los personajes que en él participan, todos los decorados donde se desarrolla la acción, y, cuando despierto, todo permanece intacto para mi análisis o para mi disfrute, todo me pertenece y puedo hacer con ello lo que me venga en gana. Durante el sueño, oigo voces que me manifiestan cosas importantes, frases insólitas que luego, más tarde, incorporo sin ningún pudor a mis escritos, a mis poemas, jugando a un juego de espejos trastornados, y deformes, donde todo es posible. Siempre he pensado que una posible interpretación de los sueños es un asunto algo arriesgado. Siempre he pensado que, mejor que tratar de interpretarlos, lo que hay que hacer con los sueños, ahora que los tengo mucho más presentes, es volcarlos en experiencias del arte, hacer de ellos objetos estéticos que dejarán abierta la puerta a la interpretación o simplemente al goce estético. Los sueños han fascinado desde siempre a los seres humanos. Gracias a lo inexplicable del sueño, a su fascinación provocadora y redentora, los hombres y mujeres prehistóricos, durante uno de sus inexplicables sueños, crearon a Dios a su imagen y semejanza, y le fueron dando forma a través de los tiempos. La interpretación de los sueños de Sigmund Freud se funda en la hipótesis de que hay un “pensar” y un “querer” inconscientes diversos a la actividad consciente. Freud construye una teoría del sueño como paradigma de las formaciones del inconsciente, y un método de interpretación fundado en la asociación libre que reubica al sueño, al soñante y al intérprete. El sueño se convierte en el cumplimiento (disfrazado, desfigurado) de un deseo (censurado, reprimido). Este deseo inconsciente busca el reencuentro con un objeto perdido que ha dejado un rastro imborrable. Jacques Lacan, por su parte, introduciendo nuevos conceptos, pero siguiendo, en lo esencial, las enseñanzas de Freud, desarrolla la idea de que el sujeto es el sujeto de deseo, que es la esencia del ser humano. Este sujeto, una vez entrado en el lenguaje, quedará dividido y marcado por la ineliminable carencia de un objeto perdido (lo que explicaría, sin duda, el que yo siempre sueñe, principalmente, con mis queridas pérdidas), un vacío que, muy a menudo intenta llenar y tapar de modo patético y patológico.
Como ya comentaba antes, si la interpretación de los sueños supone una arriesgada visión de este extraño fenómeno, el volcado de la experiencia del sueño en los objetos del arte me parece una aventura fascinante; las prácticas de los artistas surrealistas, a lo largo del tiempo, dan buena cuenta de ello. Resulta evidente, como los propios surrealistas reconocen, que sus planteamientos tienen una relación directa con los planteamientos psicoanalíticos y con la teoría del sueño de Sigmund Freud. Sin embargo, como hace notar Sarane Alexandrian, “Nos contentamos con demasiada frecuencia con pensar que André Breton se apoyó exclusivamente en Freud, y que quiso aplicar a los medios de expresión las lecciones del psicoanálisis. Al contrario, diversas enseñanzas fueron utilizadas y combinadas juntas, para formar en el origen los métodos surrealistas, no siendo el de Freud siempre predominante”. Además de esa combinación de otros elementos, en el caso concreto de Breton hay que recordar el carácter complejo, dual, a la vez de admiración y de antagonismo, de su relación con Freud. La consideración surrealista del sueño tiene unos rasgos específicos que la diferencian de otros enfoques. Es verdad que, a partir de diversos antecedentes: la literatura romántica, la simbolista, y aportaciones específicas de la psiquiatría y la psicología en el siglo XIX, el impulso decisivo para los planteamientos y elaboraciones surrealistas en torno al sueño proviene de Sigmund Freud y de su gran obra “La interpretación de los sueños” (1900). Pero los surrealistas no se limitan a ser meros seguidores de Freud. Para ellos, el sueño es lo que podríamos llamar “la otra mitad de la vida”, un plano de experiencia diferente al de la vida consciente, cuyo conocimiento y liberación incide de modo especial en el enriquecimiento y ampliación del psiquismo, que constituye su objetivo principal. En el surrealismo, el sueño deja de ser considerado como un vacío, un mero agujero de la consciencia, para ser entendido como “el otro polo”, más o menos latente o no completamente explícito, del psiquismo. Lo “real” se amplía en lo “surreal”, cuya manifestación más consistente por su continuidad e intensidad sería “el sueño”. Que vivimos, como mínimo, en dos polos diferentes, la vigilia y el sueño, es algo que todos experimentamos a diario. Si la realidad es ya de por sí algo extraño, y a veces inmanejable, e inaccesible, el sueño no lo es menos. Interpretar o crear, esta sería la cuestión que tendríamos entre manos. Mientras estoy despierto transcribo las experiencias del sueño mediante el laboratorio de la escritura. Mientras estoy dormido reproduzco las experiencias de la realidad mediante el juego del deseo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario