domingo, 26 de marzo de 2017

¿POR QUÉ EL PSICOANÁLISIS?

Una buena amiga que lleva casi toda su vida en Londres, una magnífica artista de las artes plásticas y de la vida, me confiesa, desde las líneas curvas y quebradas del ciberespacio, que está de bajón, que la sombra de la depre oculta lo mejor de sus días, que ha decido ponerse en manos de una psicóloga argentina, y que hará la terapia en inglés, en el idioma de Shakespeare. Y, bueno, a mí no se me ocurre nada mejor que aconsejarle que se psicoanalice, que busqué un psicoanalista también argentino, a poder ser de corte lacaniano, y que me cuente, que seguro que la aventura resulta mucho más interesante, y que seguro que sale adelante. Mucho me temo que el Prozac ha dejado de hacer su macabro efecto en la sangre de mi amiga; como la mayoría de los medicamentos, una vez metabolizados por el organismo, el Prozac no es más que un maldito sucedáneo de vida, una nube de algodón fluorescente que, una vez consumida, desaparece en la adicción de la química de los alquimistas fúnebres de nuestros días. Y, bueno, para intentar animar a mi amiga no se me ocurre nada mejor que aconsejarle que se psicoanalice. Y, ¿qué diablos sé yo del Psicoanálisis? Pues, a decir verdad, nada, o más bien poco; a parte de mis últimas lecturas de Slavoj Zizek, y de la izquierda lacaniana, no se puede decir que yo conozca en serio el mundo del Psicoanálisis. Hay cosas que me atraen de él, pero otras cuestiones me causan un profundo rechazo. Me llama poderosamente la atención la atracción que sintió Alejandra Pizarnik por el Psicoanálisis, pero esto no es más que una consecuencia de mi profundo amor por los mitos de la poesía, no sirve demasiado para el asunto que me traigo entre manos. ¿Por qué, entonces, el Psicoanálisis?
Èlisabeth Roudinesco, en “¿Por qué el Psicoanálisis?”, intenta arrojar luz sobre esta cuestión. Escribe Roudinesco, en la primera parte de su libro, sobre lo que ella denomina “La sociedad depresiva”: “El sufrimiento psíquico se manifiesta hoy bajo la forma de la depresión. Herido en cuerpo y alma por este extraño síndrome donde se mezclan tristeza y apatía, búsqueda de identidad y culto de sí mismo, el hombre depresivo ya no cree en la validez de ninguna terapia. No obstante, antes de rechazar todos los tratamientos, busca desesperadamente vencer el vacío de su deseo. Así, pasa del psicoanálisis a la psicofarmacología y de la psicoterapia a la homeopatía sin tomarse tiempo para reflexionar acerca del origen de su desdicha. Ya no tiene, además, tiempo para nada a medida que se alargan el tiempo de la vida y el del ocio, el tiempo del desempleo y el tiempo del aburrimiento. El individuo depresivo padece más las libertades adquiridas por cuanto ya no sabe hacer uso de ellas”. El libro de Roudinesco, como ella misma cuenta en sus primeras líneas, nace contra aquellos que pretenden sustituir la cura psicoanalítica por tratamientos químicos considerados más eficaces porque alcanzarían las causas llamadas cerebrales de las aflicciones del alma, contra aquellos dispensadores indiscriminados de Prozac, u otros antisicóticos, que mantienen una fe incomprensible en los productos de la química, o que sólo son siervos económicos de las grandes multinacionales farmacéuticas. Escribe Roudinesco: “Lejos de discutir la utilidad de estas sustancias y de despreciar el confort que aportan, quise mostrar que no sabrían curar al hombre de sus sufrimientos psíquicos, fueran éstos normales o patológicos. La muerte, las pasiones, la sexualidad, la locura, el inconsciente, la relación con el otro, dan forma a la subjetividad de cada uno, y ninguna ciencia digna de este nombre acabará jamás con ello, afortunadamente. El psicoanálisis muestra una avanzada de la civilización sobre la barbarie. Restaura la idea de que el hombre es libre en lo que respecta a su palabra y de que su destino no está limitado a su ser biológico. Debería también en el futuro ocupar el lugar que le corresponde, al lado de las otras ciencias para luchar contra las pretensiones oscurantistas que apuntan a reducir el pensamiento a una neurona o a confundir el deseo con una secreción química”. Los que, en algún momento de nuestra extraña vida, decidimos solicitar la ayuda de la Psiquiatría ortodoxa, y fuimos atiborrados de supuestas píldoras mágicas, antidepresivos, antisicóticos, benzodiacepinas, y demás sustancias tóxicas, sabemos bien a qué se refiere Èlisabeth Roudinesco. Quizás mi amiga, si llega a leer esto, llegue a comprender dónde se encuentra la solución a la ecuación en la que se encuentra sumergida. Si consigue dar con un buen profesional del Psicoanálisis, alguien con una profunda cultura humanista, que desprecie las convenciones de la farmacología, la Psicología, y la Psiquiatría ortodoxas, alguien que potencie la libre asociación de sus sueños mágicos y de sus deseos más profundos, alguien que libere la libertad que ella lleva dentro, comprenderá sin duda que se encuentra, al fin, ante la posibilidad de un nuevo renacimiento. Quizás abandone definitivamente el Prozac, y otras sustancias químicas, que sólo te adormecen y te imposibilitan para la vida. Quizás avizore un nuevo porvenir donde las sombras de la depresión no sean más que un recuerdo amargo guardado para siempre en el cajón de los secretos imposibles, allí donde se guardan las sombras indefinidamente y se ocultan a la nueva vida que merece ser vivida eternamente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario