viernes, 31 de marzo de 2017

¿Y SI PONGO UNA PALABRA?

Encontramos lo mejor de la poesía de Antonio Vega recopilado en “¿Y si pongo una palabra?” (DEMIPAGE); con un hermoso prólogo de Benjamín Prado y con los poemas de Antonio sobrevolando las páginas del libro como extraños caligramas, encajados en él con el alma exacta de los objetos minimalistas del arte, si a alguien podían quedarle algunas dudas sobre el asunto, éstas quedan completamente despejadas echando un vistazo a sus canciones. Como podemos leer en la página Web de Demipage, “Los poetas, es decir aquellos que sienten poéticamente, no necesitan precisiones técnicas ni estructuras rígidas para extraer poesía independientemente del objeto que tengan delante. Las letras que Antonio Vega puso en sus canciones son poesía de alto calibre, la fuerza de sus versos, la originalidad de sus figuras, inimitables, y su proyección literaria, universal. A Antonio Vega siempre le acompañará la singularidad del autodidacta, pero Jacques Brel, Bob Dylan, Leonard Cohen, Rimbaud y Apollinaire, serán sus compañeros de viaje en enciclopedias futuras”. Yo jamás tuve duda alguna sobre la calidad poética de las letras de Antonio Vega; cuando, a finales de la década de los 70’, y comienzos de los 80’, yo vagabundeaba por las calles de Malasaña o de Chueca, alternando vasos tóxicos de verde absenta con poemas de Rimbaud o Maiakovski, la voz de Antonio Vega era el maravilloso almacén de las experiencias de ese poeta al que soñaba con imitar, aquel que tenía el don perfecto de contar las cosas de la vida como a mí me hubiera gustado contarlas. La primera noche que yo pasé con Irene (yo tenía entonces 17 años e Irene 16), en Comandante Fortea, en casa de mi buen amigo Cristóbal, tuvo como banda sonora algo muy alejado de la música de Antonio Vega; acostados sobre una pequeña y áspera manta, Irene y yo nos pasamos toda la noche escuchando “La Galleta Galáctica”, esa obra maestra de Jaume Sisa que todavía suena en algún tocadiscos imaginario de mi memoria. Cristóbal no tenía entre sus discos el primer disco de Nacha Popo pero, para mí, aquella noche siempre será la noche de “La chica de ayer”; Irene siempre será mi chica de ayer, aquella extraña muchacha que decidió pasar la noche conmigo sin saber bien por qué. Pero volvamos a “¿Y si pongo una palabra?”. Escribe en el prólogo Benjamín Prado: “A Antonio Vega se le perdió algo y tuvo que hacerse compositor para ir a buscarlo dentro de sus canciones. Sus discos cuentan la historia de esa búsqueda y, aunque todo el mundo sabe que escribir es mentir, él escribe tan bien que cuando los escuchas tienes la impresión de que te cuentan la verdad, que es exactamente lo que ocurre con todos los poetas en quienes merece la pena confiar. Verdad y poeta son palabras tal vez demasiado solemnes, de manera que quizá sería mejor matizarlas: donde decía verdad podemos poner ‘su verdad’, y ‘poeta’ lo podemos cambiar por poesía, porque Antonio Vega no escribe poesía sino canciones, pero sus canciones están llenas de versos memorables y, sobre todo, tienen el ambiente de la buena poesía, están hechas de palabras esenciales y no están construidas para flotar en la superficie de las cosas sino para descender hasta su fondo. Son canciones que existen porque tienen algo que decir. Lo cual puede ser obvio, pero no es tan habitual, y no hay más que poner la radio para darse cuenta”.
Todos aquellos que sabemos bien qué significa eso de “perder algo” y que decidimos, en algún momento de nuestras extrañas vidas, ponernos en manos del Arte con la inocente suposición de que allí -componiendo canciones, escribiendo poemas, o garabateando con oleos- llegaríamos a encontrarlo, sabemos bien a qué se refiere Benjamín Prado; la voluntad de expresión, más allá del soporte y los medios elegidos para ello, no es más que eso: voluntad de justificar la vida y de encontrar aquello que un día se nos perdió, voluntad de encontrarnos y de encontrar aquello que, al final, nos justifique y justifique el mundo y la vida. “Leyendo ahora las canciones de este libro –continúa Benjamín Prado-, el tamaño de Antonio Vega como letrista aumenta, y para el lector habitual de poesía es sencillo ver el trabajo minucioso que hay detrás de muchos de sus textos; su palabra por la batalla justa o la asociación inesperada, por desordenar las cosas que se oyen, agrupar silencios y ver cada cosa a su escala real, como él decía; su capacidad para construir metáforas como el químico que elabora un perfume, logrando como por arte de magia que lo más grande quepa en lo más pequeño y la historia de muchos se pueda resumir en una línea; o, finalmente, su empeño de encontrarle otro lenguaje a las canciones, más allá de los caminos conocidos, los ecos fáciles, o las rimas cómodas. La inspiración es el último recurso de los malos escritores, los buenos les ganan sus versos al diccionario, combatiéndolo página a página. Dicho eso, ya se puede decir todo lo contrario y que las dos cosas sean verdad: cuánta inspiración parece haber en sus temas más brillantes, qué momento de gracia parecen haber captado a veces sus discos”. Cuando, a finales de 2008 yo viajé a Buenos Aires a encontrarme con Pini, mi secretaria y mariposa de Pekín allí en Baires, yo viajé ligero de equipaje, pero viajé con “Básico”, el excelente unplugged de Antonio Vega; yo viajaba con mi pesada carga de obsesiones y adicciones, pero también viajaba con la magnífica carga de obsesiones y adicciones de Antonio Vega. Y es que todo resultaba, entonces, bastante ‘básico’: lo que Pini y yo estábamos viviendo en la primavera porteña no era más que una extraña lucha de gigantes entre dos seres humanos contaminados de vida y de poesía; que las cosas no salieran bien del todo no deja de ser una simple anécdota en una historia que debería pasar a la enciclopedia de las historias fantásticas y maravillosas. “Un buen poema es siempre el mapa de un tesoro, la crónica de la aventura que sirvió para descubrirlo”, escribe Benjamín Prado en el prólogo a “¿Y si pongo una palabra?”. Y a mí me da por pensar que, quizás, algún día yo pueda escribir ese buen poema que, como un mapa extraño del tesoro, narre la crónica de la aventura que sirvió para descubrirlo. Que cuente cómo justifico yo mi paso por el mundo y como lucho, desesperadamente, por encontrar aquello que se me perdió, inexplicablemente, un extraño y misterioso día.

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