domingo, 16 de abril de 2017

CRÓNICAS DEL ÁNGEL GRIS

En el año 2006 yo era el responsable del departamento de Recursos Humanos de una empresa de herbodietética ubicada en la calle de Peñuelas del barrio de Embajadores, en Madrid; fue entonces cuando yo tomé la decisión de contratar a Fernando Flores. Fernando Flores era de Córdoba, Argentina, y era licenciado en Ciencias Económicas; pero Fernando Flores no resultó ser la persona que yo esperaba. En las estrecheces del antro donde se desarrollaba nuestra actividad laboral (un local interior, sin luz natural, ni ventilación, y en el que mi despacho se encontraba en lo que había sido hasta entonces el hueco de un ascensor), Fernando y yo nos hicimos buenos amigos, a pesar de ser ambos las dos caras extrañas de lo que parecía, a primera vista, una misma moneda. Fernando era hijo de un policía argentino, pero eso, a pesar de lo que entrañaba ser hijo de un policía argentino, no era lo más grave; Fernando era de River (yo de Boca) y era un firme defensor del sistema capitalista. Mientras yo pasaba mis ratos libres colgando en Internet panfletos antisistema de dudosa calidad y pésimo gusto, Fernando se encargaba de enseñarme que el sistema capitalista, filosóficamente hablando, tenía importantes valedores. Fernando Flores devoraba inclemente las obras de Ayn Rand, una mujer de la que yo no había oído hablar hasta entonces, pero que, a partir de este encuentro, iba a estar muy presente en mis oraciones. Ayn Rand fue una filósofa y escritora estadounidense de origen judío ruso, conocida por haber escrito los superventas “El manantial” y “La rebelión del Atlas”, y por haber desarrollado un sistema filosófico al que denominó “objetivismo”. Al parecer, Rand defendía el egoísmo racional, el individualismo y el capitalismo “laissez faire”, argumentando que es el único sistema económico que le permite al ser humano vivir como ser humano, es decir, haciendo uso de su facultad de razonar; en consecuencia, rechazaba absolutamente el socialismo, el altruismo y la religión; entre sus principios sostenía que el hombre debe elegir sus valores y sus acciones mediante la razón, que cada individuo tiene derecho a existir por sí mismo, sin sacrificarse por los demás ni sacrificando a otros para sí, y que nadie tiene derecho a obtener valores provenientes de otros recurriendo a la fuerza física. Todo ello, según Fernando Flores, muy ‘racional’, pero, a mi modo de ver, completamente irracional y profundamente reaccionario. Pensar que, a pesar de nuestras notables diferencias, Fernando y yo pudiéramos hacernos buenos amigos, era un auténtico disparate; pero el milagro fue posible: Fernando y yo nos hicimos buenos amigos. La historia de nuestros destinos, tanto en lo vital, como en lo humano, y en lo laboral, fue un fiel reflejo de nuestra ideología y de nuestras aspiraciones existenciales. Con el paso del tiempo, Fernando Flores ascendió en aquella empresa que yo tuve que abandonar, a la fuerza, debido a las profundas diferencias éticas, y económicas, que mantenía con la dirección; Fernando supo acoplarse mejor a los fundamentos neoliberales de la explotación capitalista y yo tuve que ahuecar el ala y buscarme la vida en otros lares. Yo le había contratado, pero ahora era él el que procedía a despedirme; él ya cobraba entonces por encima de lo que yo cobraba, la moneda de dos caras había caído por el lado (al parecer) más interesante; la cuerda se había roto por el lado más débil.
No sé bien porqué pero, el 7 de enero de 2007, Fernando y yo quedamos en Colón, en el Hard Rock, para tomar unas cervezas; una mañana soleada de domingo que hoy, inesperadamente, el azar ha recuperado para mi memoria. Los dos tuvimos la buena idea de regalar un libro. Yo le regalé a Fernando “El bucle melancólico” de Jon Juaristi, y él decidió regalarme “Crónicas del Ángel Gris”, del escritor, músico, conductor de radio y televisión, y actor argentino, Alejandro Dolina. Al menos Alejandro Dolina, al contrario que Ayn Rand, no resultó ser un tipo aburrido, aunque, como la judía rusa, resultó ser preferentemente ‘científico’ y ‘racional’; en uno de los primeros textos de su libro podía leerse: “Los Refutadores de Leyendas no se limitan a demostrar que el mundo es razonable y científico, sino que también lo desean así”. En octubre de 2008 yo me encontré por última vez con Fernando Flores; quedamos en el Café de la Ópera; por aquel entonces nuestras vidas habían cambiado inesperadamente. Los dos, curiosamente, nos habíamos divorciado; yo de mi chica española y Fernando de su chica argentina. Y los dos habíamos cambiado de perspectiva: Fernando se había echado una novieta española y yo una novia argentina; Fernando pensaba quedarse a vivir en Madrid y yo había tomado la decisión de viajar a Buenos Aires para comenzar allí una nueva vida. La rueda, desde entonces, ha seguido girando, algunas cicatrices han cauterizado, algunos cristales rotos se han recompuesto, pero yo no he vuelto a saber nada más de Fernando Flores, de Córdoba, Argentina.

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