viernes, 21 de abril de 2017

POÉTICAS

En general, nunca he estado demasiado interesado en comparar “poéticas”; en el fondo, nunca me ha interesado demasiado la justificación poética, creo que la poesía, en todo momento, se justifica por sí sola. No obstante, una poética, la de Félix de Azúa, incluida en “Joven poesía española” (Ediciones Cátedra, 1993), me ha tenido siempre verdaderamente imantado, creo que, salvando el tiempo, la distancia, y la experiencia transcurrida desde 1993, es lo más interesante que he leído nunca sobre poesía. Escribe Félix de Azúa en su poética: “No creo que sea necesario inventar una definición de la poesía cada vez que se presenta la ocasión propicia. En cambio, siempre es instructivo recordar definiciones olvidadas. Una de ellas, quizás de las más lúcidas (y desde luego la que comparto con menos vacilaciones), es la que da Novalis en un fragmento del 18 de abril de 1800: ‘El don del discernimiento, el juicio puro, cortante, sólo con suma prudencia puede aplicarse a los hombres, si no quiere herir de muerte y suscitar un odio general. El entendimiento es odioso, en parte por la tristeza que produce al arrebatarnos un error que nos consolaba, pero también porque nos provoca el sentimiento de estar siendo víctimas de una injusticia. Y esto es así porque el juicio más exacto, al separar lo indivisible, al hacer abstracción de todo cuanto arropa un hecho, las circunstancias, el territorio, la historia, etc., se acerca en exceso a la naturaleza misma de la cosa, la estudia como fenómeno aislado y olvida que se trata de un miembro perteneciente a un conjunto en cuyo interior adquiere su auténtico valor. Es esta mezcla de verdad agresiva y error insultante lo que hace que el entendimiento sea tan hiriente. La poesía cura las heridas producidas por la razón. Ya que en ella se componen dos elementos contradictorios: la verdad que supera y la ilusión que encanta’”. Azúa cita a Novalis, y yo cito a Azúa, y subrayo: “La poesía cura las heridas producidas por la razón”. Hay algo en la poesía que nos invita a rebelarnos contra la línea recta del pensamiento, contra los conceptos ideológicos que duermen profundamente en nuestro inconsciente, contra las suposiciones metafísicas de la filosofía heredadas a lo largo de la historia. La razón nos hace tanto daño que, llegado el caso, decidimos acudir a la poesía para tratar de aliviarnos, para tratar de ver la vida de otra manera, para avizorar el horizonte sin la pesada carga de ese equipaje que nos convierte en inútiles monos racionales, en sombras ilusas y vanas. Pero vayamos con cuidado, es preciso tomar distancia de nuestras palabras y tratar de aclarar las cosas; Azúa, en esto, se rebela un tipo ciertamente inteligente. Escribe Azúa: “En esta definición (en realidad, la definición desnuda sería algo así como: ‘la poesía es la droga que sana las heridas producidas por la razón’, o todavía más brutalmente: ‘la poesía es el opio del saber absoluto’), Novalis, como último enciclopedista, como alguien dedicado a la clasificación, todavía puede permitirse definir desde dentro de lo definido. Su definición de la poesía es perfectamente poética. Dudo mucho que después de Novalis pueda definirse la poesía sin cometer el error insultante que él mismo se encarga de denunciar”. Definir desde dentro de la poesía: una definición de la poesía perfectamente poética. Ahí estaríamos a salvo, en ese lugar podríamos llegar a entendernos sin cometer la terrible salvajada de pergeñar palabras vanas para definir lo indefinible; sólo haciendo poesía se puede definir o justificar la poesía.
Esto es lo que pensaba Félix de Azúa allá por el año 1993. Cuando lleguemos a nuestros días veremos cómo ha cambiado el pensamiento de Félix de Azúa con respecto a las posibilidades de la escritura poética, a las posibilidades en general de la poesía. Pero vayamos por partes. En su “Justificación” a su “Poesía, 1968-1988” (Hiperión), Félix de Azúa abundaba es esta idea: “Todo cuanto acabo de escribir es un cuento. De esto sólo se puede hablar contando. ¿Cómo íbamos a decir algo sobre la poesía que no fuera poesía? Y si lo que decimos no es poesía entonces no decimos nada de ella, sino contra ella, contra su capacidad para silenciar la charlatanería, y a favor de las diferencias instrumentales, a favor del progreso. También, entonces, todo lo dicho es charlatanería”. Si habláramos de la poesía (como yo mismo, me temo, estoy haciendo ahora), sin hacer poesía, estaríamos haciendo una traición inexplicable a las palabras, y estaríamos trabajando a favor de los enemigos fundamentales de la poesía: la razón, el progreso, lo instrumental, etc. Aquella poesía que se tiene por razonable, progresista, instrumental, es de todo menos poesía, es pura barahúnda mediática, puta basura. Y sé bien en quién estoy pensando ahora, pero voy a callar para no cometer el pecado de señalar con el dedo. Pero volvamos a la poética de Félix de Azúa; en relación a la definición de Novalis, escribe: “Es, por otra parte, el último momento en que con toda honestidad puede afirmarse que la poesía tiene un rango de verdad superior a la verdad de la razón (verdad superadora, frente a verdad agresiva). Después de Nietzsche, tal afirmación pecaría de nostálgica, y siempre habría un psicoanalista para señalarnos el diván con gesto imperativo. Que en la actualidad no pueda afirmarse lo mismo, que no sea legal afirmarlo, no quiere decir que la definición de Novalis carezca de fundamento. Todo lo contrario. Sin embargo, aquellos que toman poesía como quien toma opio, alcohol, alucinógenos, o simplemente mitos, corren el riesgo de verse aislados (es decir, definidos) por la verdad agresiva y el error insultante. Quede, pues, reservada esta droga para quienes tengan heridas mortales y les importe poco todo lo que no sea salvar la vida”. Aquellos que tomamos poesía como quien consume drogas, sabemos bien a qué se refiere Félix de Azúa. Aquellos que cargamos con heridas mortales, y a quienes no nos importa nada más que salvar la vida, sabemos perfectamente en qué estaba pensando Félix de Azúa cuando escribió su magnífica poética allá por el inefable año de 1993, allá en el extraño pasado.

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