sábado, 15 de abril de 2017

ESTO SÍ ES MÚSICA

Entiendo que intentar justificar cierta predilección por los objetos artísticos de consumo, o por el arte de masas en general, no es (o no debería ser) ciertamente un pecado. Intentar clarificar algunas ideas básicas sobre aquello que hacemos en la vida, en nuestros momentos de ocio, o en nuestros momentos más creativos, ahora que las aguas bajan tranquilas, ahora que los fieles celebran la Semana Santa ignorando al bueno (santo) de Pier Paolo Pasolini, ahora que el barrio se ha quedado extrañamente vacío, sólo puede entenderse como el acto de construcción de un objeto artístico más de consumo, aunque sean pocos los consumidores que se pasan en la actualidad por SZASZZ, EL VIOLENTO OFICIO DE ESCRIBIR, aunque los actuales consumidores del ciberespacio prefieran en la actualidad otras plataformas (u otras redes sociales) para traficar con sus pajas mentales, con sus filias, sus fobias, y sus neuras especulares y espectaculares. Mientras intento descargarme “La conspiración de Cristo”, de Acharya S. (Valdemar), para espantar fantasmas y diferenciarme un poco del resto de mortales de este extraño país, escucho en silencio “El ángel Simón”, una emocionante canción de Nacho Vegas (Canciones Inexplicables, Umbo Starr), y me da por pensar enseguida que, más que ante una obra de arte, estoy ante el minucioso trabajo de un artesano, ante la obra de arte (perdón) de un artesano de la música. Diferenciados como estamos entre Apocalípticos e Integrados ya desde finales de la década de los 60’ del siglo pasado, y siendo muy consciente de que yo habito con total tranquilidad, y sin ninguna amenaza de extrañeza o culpa, en las filas de los Integrados, “El ángel Simón”, a pesar de ser una historia triste, me levanta extrañamente el ánimo, me asoma a la ventana de mi primavera privada donde me fumo un cigarrillo tras otro y balanceo, en silencio, mi cuerpo. Mientras tanto, Umberto Eco (Apocalípticos e Integrados. Editorial Lumen), me da pistas para llegar a comprender qué clase de experiencia estoy viviendo. Escribe Eco: “El hecho de que la canción de consumo pueda atraerme gracias a un imperioso aguijón del ritmo, que interviene dosificando y dirigiendo mis reflejos, puede constituir un valor indispensable, que todas las sociedades sanas han perseguido y es el canal normal de desahogo para una serie de tensiones. Y es un ejemplo entre muchos. He aquí pues que se perfila una primera línea de investigación, que consiste en localizar en los mecanismos de la cultura de masas valores de tipo inmediato y vital, a considerar como positivos en un diverso contexto cultural”. Obra de arte u obra de artesanía a secas, y supongo que obra de consumo de masas simple y llanamente, me gustaría preguntarle a Nacho Vegas si considera su trabajo como una obra de arte o, sencillamente, estamos todos ante la realidad de otra cosa bien distinta. Porque, a lo largo de su ya larga historia, no todos los trabajadores del rock han considerado sus obras como “obras de arte”, sino más bien todo lo contrario. Escribe Ángel Pérez Pascual en “La poesía y el rock”: “En cada época de su breve historia, el rock ha tenido siempre sus enemigos, algunos, como hemos visto, eran incluso protagonistas de su leyenda. Todos ellos coincidirían seguramente en rechazar el calificativo de arte para el rock. La gran mayoría lo ha visto como un producto industrial de consumo masivo. Sting es uno de ellos: ‘Los éxitos los compongo yo, porque tengo talento innato para ello y porque gano muchísimo dinero’. Loquillo, en una de sus canciones, ‘Rock and Roll Star’, trata con cierta ironía esta opinión: ‘Invertiré mucha pasta, me dice mi productor, con el objeto de hacerme estrella de rock and roll; me dice: yo te haré rico, tú sólo has de cantar bien, si no te pegan diez tiros en la puerta de un hotel’. Algunos negaban a su oficio explícitamente la condición de arte. Es el caso de Nick Lowe, un no suficientemente conocido precursor, productor e intérprete de algunas de las mejores canciones de la New Wave (las de Elvis Costello, por ejemplo), quien se desmarcaba de toda pretenciosidad en su trabajo: ‘no me interesa el arte, lo que quiero es desarrollar canciones con estilo, chispa, imaginación. El pop de siempre’, como si ello fuera incompatible con lo que normalmente se entendía por arte en los primeros años de la década de los ochenta. Desde luego, si ‘arte’ era algo ‘serio’, los rockeros (¿roqueros?) auténticos, pongamos por ejemplo a David Byrne, líder de los Talking Heads, pensaban que debían hacer todas las estupideces necesarias para que no les tomaran tan en serio”. Y, bueno, disquisiciones y conjeturas al margen, sigo escuchando “El ángel Simón” y sigo viajando a través de textos extraños con el fin de encontrar una justificación a esta sencilla adicción que consiste, nada más y nada menos, en escuchar música.
Viajando y viajando me encuentro con “Música en los fundamentos del logos”, la excelente Tesis Doctoral (dirigida por José Luis Pardo, el filósofo español más brillante de las últimas décadas) del Radio Futura (o pasada) Santiago Auseron. La Tesis de Santiago se abre con esta cita del Pseudo Plutarco sobre la música: “Resulta claro que los antiguos griegos tuvieron razón al interesarse, por encima de todo, en el ejercicio de la música. Pues creían que las almas de los jóvenes debían ser forjadas y dirigidas a través de la música hacia las buenas formas, porque la música es, evidentemente, útil en toda circunstancia y en toda ocupación seria, pero de modo muy particular frente a los peligros de la guerra”. Las primeras líneas de la Tesis Doctoral de Santiago Auseron, uno de los tipos más inteligentes de la movida madrileña, expresan un intento también de justificar ‘la adicción’ que, en Santiago, no sería tanto la adicción de escuchar (que también, me imagino), sino más bien la de trabajar y producir música, independientemente de si ésta, la música del rock en su caso, es o no es una obra de arte. “La filosofía afirmó su anhelo de ciencia al tiempo que se consumaba un singular olvido, tal vez relacionado con el "olvido del ser" que Martin Heidegger denunció en la evolución de la metafísica occidental, pero de contenido más concreto: el del papel fundamental que cumplió la música en la instauración de las costumbres arcaicas, en la elaboración de las fórmulas rituales, del contenido de los mitos y de las leyendas heroicas, de las metáforas más afortunadas de los poetas, de las sentencias de algunos sabios, en la preservación de las leyes y de todo aquello que mereciera ser recordado con palabras en la tradición cultural de los griegos antes del advenimiento de la escritura”. Llego a las últimas notas de “El ángel Simón” y comprendo, gracias al texto de Santiago Auseron, que la música (también en mi tiempo) ha cumplido su papel en la elaboración de fórmulas rituales, en la fabricación de mitos y de leyendas heroicas, en la construcción de las mejores metáforas de algunos de nuestros mejores poetas. “Esto sí es música”, me digo, mientras “El ángel Simón” se acaba y se termina, como se acabó y terminó la historia real del ángel Simón, aquel tipo que aconsejaba agacharse, al pasar delante de una funeraria, no fuera a ser que ‘te tomaran medidas’. Noël Carroll, en “Una filosofía del arte de masas” (La Balsa de la Medusa), pone final a este viaje, mientras yo revuelvo mis discos más viejos en busca de música y canciones, arte o no, qué más da, música al fin y al cabo. “La tarea de condenar o alabar el arte de masas en virtud de su propia naturaleza me parece quijotesca. Como la mayoría de las prácticas humanas, el arte de masas involucra ejemplos dignos e indignos (moral, política y estéticamente), y la alabanza o condena parece apropiada al nivel de los ejemplos particulares. Supongo que podría decirse en su defensa que es valioso porque pone la experiencia estética al alcance de mucha gente; pero yo creo que la auténtica defensa consiste en que ha producido obras de gran calidad”.

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